La brecha de género es un hueso duro de roer, o dicho de otra forma, persiste aunque realicemos grandes esfuerzos por erradicarla. Pese al compromiso social por la igualdad de género y el convencimiento de las organizaciones de que la incorporación de mujeres al ámbito directivo supone un objetivo estratégico, todavía nos encontramos con que el género femenino no representa más de un 17% de cargos ejecutivos de alta dirección y apenas alcanza un 5% en los consejos de administración.
Las causas de por qué esta desigualdad se resiste son múltiples y están relacionadas con que la estructura de género en la que las personas hemos sido socializadas tiene profundos arraigos en nuestra cultura que determina nuestros mapas mentales y, por consiguiente, la forma en la que vemos el mundo.
Hoy queremos centrarnos en tres barreras al desarrollo profesional de la mujer que inciden en la brecha de género y que no parten directamente de impedimentos externos, sino que son fenómenos autolimitantes y, por lo tanto, fenómenos que somos capaces de revertir con nuestro propio trabajo personal. Nos referimos a tres de los llamados síndromes: el síndrome de la impostora, el síndrome de la carga mental y el síndrome de la abeja reina.
Sin embargo, antes de adentrarnos en cada uno de estos fenómenos, nos gustaría hacer una pequeña reflexión en torno a la denominación de síndrome. Según la RAE síndrome es el conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o un estado determinado.
Desde esta perspectiva parece que estos fenómenos responden a patologías individuales propias del campo de la salud mental. Si bien es verdad que desde procesos de coaching podemos revertirlas, su causa está mucho más relacionada con una dimensión sociológica y estructural que tiene que ver con la socialización de género. Son patrones y conductas aprehendidas, estereotipos de género y sesgos inconscientes generados en las propias dinámicas relacionales en las que las mujeres ocupan un rol desigual que dan lugar a inseguridades y obstáculos que inciden en su autoestima y que generan cargas que dificultan su desarrollo tanto personal como profesional.
Síndrome de la impostora
Es muy probable que, a lo largo de tu vida, tras haber conseguido un logro en tu carrera académica o alcanzado el éxito en alguno de tus objetivos profesionales, hayas experimentado la sensación de que no lo merecías, que se debía a un factor de suerte o incluso que se trataba de un error. Quizás, ante un ascenso o una propuesta para asumir nuevas responsabilidades, te hayas percibido menos apta que tus compañeros. Puede, incluso, que a menudo sientas que eres un fraude y que en cualquier momento la verdad va a salir a la luz, serás desenmascarada y tus logros se desvanecerán.
Si esto te resulta familiar es que padeces o has padecido el síndrome de la impostora, identificado por primera vez por las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Ament Imes en 1978. Y sí, es cierto, los hombres también lo sufren, pero en menor medida. Es por ello que lo denominamos en femenino, porque tiene un sesgo de género. Sin embargo, no te preocupes, no debes suponer que es algo personal…según algunos estudios hasta el 70% de las mujeres lo han transitado a lo largo de su carrera.
En términos generales, podemos afirmar que la sociedad tiene expectativas diferentes para las mujeres en relación con el éxito académico y profesional. Muchas mujeres sienten que deben trabajar más duro para demostrar su valía, y a menudo reciben menos crédito por sus logros. Además, las mujeres se enfrentan a estereotipos negativos sobre su capacidad para tener éxito en campos tradicionalmente dominados por hombres. Estos estereotipos pueden socavar la autoestima y la confianza, alimentando la aparición del síndrome de la impostora.
Síndrome de la carga mental
Susan Walzer definió en 1996 este fenómeno por primera vez y está relacionado con la falta de corresponsabilidad en el ámbito del hogar y los cuidados que conducen, en la mayoría de los casos, a que las mujeres asuman la denominada doble jornada. No se trata tan solo de repartir las tareas del hogar el cuidado de peques y/o mayores, que es la parte visible de la corresponsabilidad, sino de la conciencia de que las cosas de deben hacer. ¿Cuándo toca poner la lavadora?, ¿cuándo toca ir a comprar?, hacer la lista de lo que se precisa reponer en casa, las visitas al médico, las reuniones del AMPA, y un largo etcétera.
En multitud de ocasiones las mujeres tienen mayor sensibilidad a la hora de percibir que la casa debe ser limpiada, que el niño o la niña debe tener el chándal preparado para la clase de gimnasia o que faltan macarrones para el día siguiente. Esta sensibilidad no es natural ni genética aunque muchas veces así se ha querido presentar. Se trata de una socialización en la que las mujeres inconscientemente aprehenden a estar pendientes de que todo esté en orden ya que desde pequeñas han estado más cerca de esas labores, han jugado a las cocinitas, han cuidado de una muñeca y han recibido multitud de imputs en el modelo de crianza familiar -pero no solo- en el que esa sensibilidad se ha ido adquiriendo.
Aunque luego las tareas se repartan, ¿se reparten equitativamente?, las mujeres suelen estar pendientes de que se vayan a efectuar o de que se hayan efectuado. Ello supone un considerable esfuerzo cuyas consecuencias son un alto nivel de estrés y ansiedad, un considerable deterioro del descanso y una merma de la atención y la capacidad productiva en el terreno profesional.
Síndrome de la abeja reina
Es frecuente que muchas mujeres se sientan mejor trabajando con compañeros del género masculino. Si es tu caso puede que tengas el síndrome de la abeja reina.
Este fenómeno, que se da con más frecuencia entre mujeres que ocupan posiciones de responsabilidad, se basa en la preferencia a rodearse de hombres y ver al resto de mujeres como rivales con las que compiten o las perciben como de menor valía. Desde esta perspectiva se niega la desigualdad de género y se considera que si otras no han desarrollado más su carrera profesional, se debe exclusivamente a su falta de capacidades, talento o esfuerzo.
En definitiva, este síndrome conlleva una importante falta de sororidad. Su origen se debe a una socialización que se basa en la competencia femenina por la aceptación y el reconocimiento de los hombres.
A cada síndrome su antídoto
Precisamos seguir ahondando en un cambio social, donde unas y otros tengan las mismas posibilidades de desarrollar y poner en valor su talento. En el ámbito familiar y en el educativo, es clave educar a niñas y niños en igualdad, y en el ámbito laboral, detectar y acompañar en la gestión y minimización de estos síndromes.
En +Diversity tenemos una gran experiencia acompañando a mujeres profesionales en su proceso de transformación para que desplieguen todo su potencial.
Aprender a valorarse y ser conscientes de que en muchas ocasiones no solo merecemos los logros obtenidos, sino que hemos tenido que luchar duramente por ellos.
Ser capaces de delegar y desarrollar relaciones equitativas en las que podamos tener espacio y tiempo propio para nuestro desarrollo, y también para nuestro descanso. Entender de otra forma las relaciones con otras mujeres, desarrollar empatía y buscar la complicidad y la cooperación con nuestras compañeras.
Estas y otras recetas son sin duda, aspectos fundamentales que nos ayudan a superar cualquiera de los síndromes y alcanzar nuestros objetivos sin renunciar a una vida plena y feliz.
Fuentes:
90% of female employees suffer from Imposter Syndrome https://www.hcamag.com/ca/specialization/employment-law/90-of-female-employees-suffer-from-imposter-syndrome/406295
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