Mercé Brey. Socia Más Diversity
En estos últimos meses hemos cambiado nuestra forma de relacionarnos, de trabajar, de disfrutar de las vacaciones,…de hecho pocas cosas permanecen inalteradas. Uno de esos aspectos que se mantiene constante es, sin lugar a dudas, la necesidad de talento para que las empresas sorteen sus dificultades y avancen.
El talento es un activo muy sensible. Emerge y se expresa cuando se dan ciertas condiciones. Requiere espacio, escucha, respeto, comprensión, tolerancia, flexibilidad, empatía,…Dicho de otra forma, precisa ser visto y reconocido, aceptado en su singularidad.
Si el talento difiere de lo estándar, de lo comúnmente establecido y aceptado, tiende a ser arrinconado e invisibilizado. Muchas veces queda agrupado en colectivos que etiquetamos y menospreciamos. He aquí la antítesis de la diversidad y la inclusión.
Pero este es un camino errado. De hecho, estamos viendo cada vez más un consenso generalizado entorno a que la diversidad es una apuesta imprescindible en tiempos complejos e inciertos.
De este modo, la diversidad permite observar la realidad desde múltiples ángulos y facilita que afloren soluciones creativas a problemas difíciles. Esto deriva en una necesidad acuciante en las organizaciones, de seguir apostando por una plantilla diversa.
Uno de esos colectivos etiquetados es, ciertamente, el de las mujeres. Han representado y siguen representando un grupo vulnerable y ahora especialmente impactado por el cambio en las reglas del juego que ha supuesto la COVID. De esta manera, es lastimoso constatar como muchas mujeres se están viendo abocadas a plantearse cuestiones que hasta hace poco daban por superadas.
Así, en un informe reciente la consultora McKinsey afirma que las mujeres tienen casi el doble de posibilidades de perder el empleo que los hombres a causa de la COVID. Del mismo modo y según el FMI, sobre las féminas recae en mayor medida la responsabilidad del trabajo no remunerado, ya sean tareas del hogar o cuidado de menores y personas dependientes. Esta situación conlleva que tras el levantamiento de las medidas de confinamiento, su reincorporación al mundo laboral esté siendo más lenta y con más renuncias que en el caso de los hombres.
Nos encontramos, pues, ante una encrucijada:
– Las empresas requieren talento para salir airosas de la complejidad de los tiempos en que vivimos. Y el talento se exponencía con la diversidad e inclusión.
– La diversidad se compone de minorías que requieren atención y visibilidad. Y una de estas minorías, sin duda la más numerosa, es el colectivo mujeres quienes están viendo recortadas sus posibilidades de desarrollo profesional.
Por un lado, a todas luces parece acuciante que las organizaciones sigan apostando por una plantilla diversa. Es preciso no perder el terreno conquistado en los últimos años y seguir andando el camino hacia la equidad.
En el caso específico de la diversidad de género, las compañías corren el riesgo de que quede en saco roto tanto esfuerzo invertido en acciones y políticas en pro de la equidad. Es preciso, en estos instantes, tomar el pulso al talento femenino y facilitar nuevas propuestas. El escenario ha cambiado, las necesidades y retos son ahora distintos.
De alguna manera, el progreso de una organización depende en gran medida de saber “leer” anticipadamente aquello que ya se va haciendo evidente.
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